En mi habitación tengo los vinilos que he ido comprando a partir de la década de los 80, cuando ya me decantaba por una música más definida, y que me transmitía y me sigue transmitiendo muchas emociones. Desde entonces sigo teniendo un especial cariño por este formato, las portadas, contemplar los surcos, la forma, la estética en general, a parte del sonido, que es infinitamente mejor que cualquier otro formato, claro está. Cuánto le debo a estos amigos los vinilos, siempre ahorrando parte de la paga para comprar el vinilo o vinilos del mes, rebuscando en las tiendas especializadas, en los catálogos. Son tan importantes que me pondría muy enfermo si no los tuviera conmigo. Se merecen un lugar privilegiado en mi corazón, por todo lo que me hacen sentir, por esos momentos en los que me acompañan y se expresan con esa sonoridad tan mágica, me transportan a sitios increíbles, difíciles de expresar con palabras exactas. Nunca me han abandanodo y siempre han estado ahí para alimentar la sensibilidad, el dolor y el placer, la locura y el equilibrio, pero sobre todo el alma.
